Introducción.
Este ensayo trata de la relación entre Estado, sociedad civil y
mercado. Es un tema que ha sido clásico desde el surgimiento mismo de la
sociedad moderna, cuando el mundo de las relaciones cercanas comienza a
separarse de de los intercambios económicos, que adoptan la forma de mercados
cada vez más lejanos y autorregulados, y del poder político, crecientemente
concentrado en la figura del Estado. Por ello, este texto se inicia aludiendo a
esta reflexión clásica, tomando como punto de referencia a algunos pensadores
célebres como Hayek, Burke y Tocqueville. Después se sacan algunas conclusiones
acerca de la falsa disyuntiva Estado-mercado para pasar luego a la actualidad
política del tema, haciendo referencia a las ideas y propuestas de David
Cameron. Finalmente, se hace alusión, muy resumidamente, a un par de intentos
recientes de compatibilizar mercado y Estado en beneficio del florecimiento de
la sociedad civil. El primero proviene de Suecia y sus recientes reformas del
Estado de bienestar y el segundo del proceso de renovación urbana que ha
transformado tantas ciudades estadounidenses en las últimas dos décadas.
Hayek y
los dos individualismos.
Quisiera iniciar estas reflexiones aludiendo a un texto
de Friedrich Hayek. Se trata de un ensayo publicado en 1946 que recoge una
conferencia dictada por Hayek en diciembre de 1945 en el University College de
Dublín con el título Individualismo: el verdadero y el falso.1 Hayek hace allí
una distinción muy importante entre dos formas de ver y plantearse el
individualismo. Por una parte está el individualismo verdadero –yo diría,
liberal–, un individualismo que necesariamente tiene que afirmar y defender la
sociedad civil. Porque la sociedad civil, según Hayek, es la expresión necesaria
de la libertad individual. Nuestra libertad se expresa y realiza en la
constitución de la familia y de una red de relaciones cercanas de cooperación,
asociación y solidaridad, en todas esas “formaciones espontáneas” que son las
“bases indispensables de una civilización libre”.
Edmund Burke,
en sus famosas Reflexiones sobre la Revolución Francesa de fines del siglo
XVIII, habló de estas formas básicas de asociación como el “pequeño pelotón”
(little platoon) al que pertenecemos y que forma la base de nuestra vida y
solidaridad sociales.2 Esta alusión la hizo Burke en el contexto de su crítica
al impulso revolucionario que por entonces conmovía a Francia: el querer
arrasarlo todo, disolver todos los órdenes y afectos, borrar la herencia de la
historia y quebrar nuestras solidaridades básicas, para de esa manera poder
imponer un orden nuevo surgido del designio revolucionario y plasmado en un
Estado, que se arrogaba la tarea de rehacer totalmente la sociedad. Para ello,
el Estado revolucionario precisaba de individuos libres de todo vínculo, de toda
fe, de toda lealtad, para poder hacerlos de nuevo, dependientes de un solo
vínculo, de una sola fe y de una única lealtad: con el Estado revolucionario.
Esta es una observación fundamental ya que la destrucción de la sociedad civil y
la atomización del individuo son, sin duda, las bases del Estado fuerte. El
debilitamiento o destrucción de todas esas “estructuras intermedias”3 donde el
individuo plasma sus relaciones sociales lo deja, para resolver sus necesidades
vitales, absolutamente dependiente del Estado. En suma, mientras más débil es la
sociedad civil, más fuerte es el estado. Esta reflexión es muy importante para
Hayek y él la conecta con las reflexiones de otro pensador clásico: Alexis de
Tocqueville. Es en su famoso libro La Democracia en América, de la primera mitad
del siglo XIX, donde Tocqueville, visitando Estados Unidos, hace un
descubrimiento esencial: que la verdadera fuente de la libertad, la democracia y
la prosperidad de los americanos es una fuerte sociedad civil, la verdadera
pasión de los americanos por asociarse, es decir, de resolver todos sus
problemas por sí mismos, sin recurrir a otros, sin recurrir al Estado, sino
formando directamente una respuesta asociativa a los problemas que les
presentaba la vida.4 La verdad es que ninguna sociedad ha estado tan cerca del autogobierno como la sociedad estadounidense clásica y esa
fuerza de la sociedad civil es aún hoy un rasgo distintivo de Estados Unidos
como lo veremos más adelante.
Frente a este individualismo, que para Hayek es el
verdadero individualismo liberal, existe otro individualismo, que él llama
“falso individualismo” y que yo llamaría individualismo socialista o, incluso,
totalitario. Puede parecer contradictorio hablar de individualismo socialista o
totalitario, pero no lo es. Se trata de aquel individualismo que invita al
individuo a romper de todo lazo cercano, a “liberarse” de toda obligación y de
toda dependencia con sus seres más cercanos y, en vez de ello, ofrece una gran
solución para nuestras necesidades vitales que no es otra que la del Gran Estado
o, en su forma extrema, la del Gran Líder. Esta reflexión es muy parecida a la
que hizo otro gran pensador o pensadora, Hanna Arendt, al estudiar las raíces
del totalitarismo moderno. Arendt señaló una fuente fundamental de ese siniestro
fenómeno: la soledad de la moderna sociedad de masas, aquella donde surge el
“hombre-masa” (mass man), ese átomo aislado, indistinguible de miles de otros
átomos que finalmente encuentran un sentido de pertenecía y comunidad
abandonándose a otros, a un movimiento de masas, un Estado o un Führer, que los
rescate de su soledad:
“Los movimiento totalitarios son organizaciones de masas
de individuos aislados. Comparados con todo otro partido o movimiento, su
característica más conspicua es su exigencia de una lealtad total […] (que) solo
puede esperarse de seres humanos completamente aislados que, carentes de todo
otro vínculo social, […] derivan su sentimiento de tener un lugar en el mundo
exclusivamente de su pertenencia al movimiento o al partido.”5
Es esa alienación
de vivir con extraños, de vivir en sociedades vacías de comunidad, de no tener
lazos fuertes con los seres humanos más cercanos, de no formar nada que tenga
solidez y permanencia en torno a la vida cotidiana, la que según Arendt lleva a la necesaria búsqueda
de aquella comunidad ficticia que ofrecen movimientos políticos como el nazismo
o el comunismo.6 De esta misma fuente beben también los grandes Estados
benefactores democráticos, que ofrecen resolver con sus aparatos asistenciales,
sus planificadores, sus expertos y sus burocracias lo que la sociedad civil
tradicionalmente ha resuelto.
Esta dialéctica que lleva de la debilidad de la
sociedad civil a la soledad y de la soledad a la dependencia del Estado ha sido
siempre evidente para el socialismo. Por ello su propensión a promover la
disolución de los lazos cercanos fuertes como aquellos representados por la
familia. El individuo sin familia o con vínculos familiares superficiales, es un
individuo que necesariamente va a tener que recurrir al Estado. Esto es algo
evidente en los regímenes comunistas, pero lo mismo se puede también observar al
estudiar a uno de los países donde la socialdemocracia tuvo una hegemonía más
duradera y profunda: Suecia. Ya en los años 30 del siglo pasado, los esposos
Myrdal (Alba y Gunnar, futuros ministros socialdemócratas y ganadores del Premio
Nobel) lanzaron un amplio programa de destrucción de la familia como bastión
social de resistencia al proyecto socializador del régimen socialdemócrata
inaugurado en 1932. Para que el Estado formase a sus hombres nuevos había que
quitar de en medio a toda organización social que se interpusiese entre el
Estado y el individuo, ojalá desde la más temprana edad. Por ello, se llegó a
recomendar que incluso los bebés más tiernos fuesen entregados a los cuidados
profesionales de los expertos del Estado, quedando el papel de los padres
reducido a un mero rol “subsidiario” respecto de la formación de sus hijos. La
finalidad era clara: “liberar” a los niños de sus padres y colectivizar la
formación de los niños.7 La socialdemocracia sueca llevó, sin duda, la extensión
del Estado benefactor monopolista y anti sociedad civil a extremos nunca
alcanzados en otro régimen democrático. Fue tal vez por ello que haya sido
justamente en Suecia donde hace un par de décadas se inició un profundo proceso
de cambio del Estado benefactor al que pronto volveremos.
La centralidad
de la sociedad civil en perspectiva liberal
De estas reflexiones quisiera sacar
un par de conclusiones. La primera es que no hay libertad individual real sin
una sociedad civil que asuma importantes funciones sociales. Por lo tanto, el
proyecto liberal debe ser siempre un proyecto de defensa y fortalecimiento de la
sociedad civil. Es ese sentido ha habido un serio malentendido, incluso de una
parte de muchos liberales, que ha tendido a confundir la liberad con la ruptura
de todo vínculo social sólido. Esto ha tenido su fundamento en la aspiración
justificada de luchar contra una serie de graves inequidades y desigualdades
intolerables que eran una parte integrante de la sociedad civil tradicional. Sin
duda que las comunidades históricas han sido también agentes de opresión e
intolerancia. Por ello, para muchos liberales toda liberación de las mismas y de
sus reglas muchas veces asfixiantes era algo positivo, pero sin llegar a
comprender que la alternativa no puede ser la atomización o la falta
generalizada de responsabilidad directa por nuestro entorno humano. Por ello es
que este tipo de liberalismo unilateralmente emancipador ha terminado abriéndole
las puertas al colectivismo estatal o socialismo En esta perspectiva es muy
instructivo leer a Hayek y descubrir el peligro que existe si lo que propugnamos
es, en el fondo, ese tipo de este falso individualismo que crea la dependencia
y, finalmente, el sometimiento al Estado.8
La segunda conclusión que extraigo de
las reflexiones anteriores, es que el pensamiento liberal debe rechazar de plano
la dicotomía, hoy en día tan en boga, entre Estado y mercado. A la izquierda le
deleita este planteamiento. Le viene como anillo al dedo decir que la disyuntiva
es Estado o mercado, y como nadie en verdad quiere vivir en una “sociedad de
mercado” hay, evidentemente, que crear un gran Estado que nos proteja del
mercado. El problema es que todo este planteamiento es falso: no existe ninguna
contraposición necesaria entre Estado y mercado, y más adelante se darán algunos
ejemplos acerca de cómo se puede organizar una colaboración dinámica y
provechosa entre los mismos. Pero el problema mayor de la dicotomía
Estado-mercado es que esta simplificación ignora o niega nada menos que la existencia y las
posibilidades de la sociedad civil.
Ahora bien, si nosotros mismos aceptamos
esta forma de plantear el debate o, más aún, si postulamos que el mercado debe
resolver cada uno de los problemas que el Estado no ha resuelto, entonces
estaríamos perdidos ideológicamente y, además, jamás podríamos recabar un amplio
apoyo para nuestras propuestas, porque jamás la sociedad va a aceptar un
proyecto político que diga: en vez de la política, el comercio. Esto es
simplemente así porque la mayoría de nuestras relaciones, y entre ellas las más
importantes, no están en la política ni en el comercio, sino en nuestros
vínculos interpersonales, en el compartir nuestras vidas con la gente que
queremos, en crear esos lazos que no pueden ordenarse (como en la política) ni
comprarse (como en el comercio). En estos vínculos reside el verdadero sentido
de la vida en sociedad y su fortalecimiento debe ser, por ello, el propósito
declarado del pensamiento y accionar liberales.
La finalidad esencial del
liberalismo no es crear mercados, ni siquiera crear sociedades democráticas por
sí mismas. La finalidad del liberalismo es fortalecer la libertad del individuo
y todas esas asociaciones o comunidades que son el producto del ejercicio de esa
libertad. La política y el Estado deben ser instrumentos para ello, y la
democracia es, sin duda, el mejor instrumento político que tenemos para alcanzar
ese objetivo, así como el mercado es el mejor instrumento económico para hacer
prosperar a la sociedad civil; pero si la ignoramos, si la sacamos del debate y
del horizonte de nuestro accionar, entonces estamos planteando algo que desde el
punto de vista liberal es una aberración.
Cameron y el relanzamiento del
liberalismo asociativo
Esas reflexiones me permiten pasar a la actualidad
política, donde quiero aludir a unos de los políticos más interesantes de la
Europa actual: David Cameron, Primer Ministro y líder del partido conservador
del Reino Unido. El 19 de julio de 2010 Cameron pronunció en Liverpool un
discurso de alto interés ideológico y programático que se conoce como Big
Society Speech.9 En él, Cameron relanzó, ahora como Primer Ministro, lo que
había sido la idea central en su carrera política: que la gran misión del
partido conservador británico no es otra que la de refundar la relación entre
Estado y sociedad civil.
Es muy importante destacar este aspecto de la propuesta
de Cameron, ya que a menudo cuando se habla de la política del líder conservador
se habla exclusivamente de recortes fiscales, como si a ello se redujese la
visión y la misión de Cameron. Para entender cuan parcial es esta apreciación
basta leer los párrafos iniciales del discurso ya citado. Allí nos dice Camerón
que “hay cosas que se hacen porque son un deber”, como terminar con un déficit
fiscal insostenible, pero hay otras cosas que se hacen porque “son nuestra
pasión” y, agrega, “mi gran pasión es construir una Gran Sociedad”.
La Gran
Sociedad es la respuesta a los dos ejes tradicionales del poder y del debate
político: el Gran Gobierno (Big Government) y los Grandes Negocios (Big
Businesses), y Cameron la define de la siguiente manera:
“Podéis llamarla
liberalismo. Podéis llamarla empoderamiento (empowerment). Podéis llamarla
libertad. Podéis llamarla responsabilidad. Yo la llamo la Gran Sociedad. La Gran
Sociedad es un enorme cambio cultural […] donde la gente, en sus vidas
cotidianas, en sus hogares, en sus barrios, en sus lugares de trabajo […] no
siempre se dirige a funcionarios, a las autoridades locales o al gobierno
central buscando respuestas a sus problemas […] sino que, en vez de ello, se
sienten libres y con el poder necesario para ayudarse a sí mismos y a sus
propias comunidades […] Se trata de una liberación: la más grande y la más
dramática redistribución del poder desde las élites en Whitehall al hombre y la
mujer corrientes.”10
Esto implica, según Cameron, “una perspectiva completamente
nueva sobre el gobierno”, que lo “pone completamente de cabeza”. En
consecuencia, el norte que orientará su Gobierno será hacer todo aquello que
“ayuda a potenciar el impulso comunitario” y “no hacer nada que lo aplaste”. Para
llevar adelante este programa de devolución de funciones del Estado a la
sociedad civil Cameron mencionó tres instrumentos: políticas públicas para
fomentar la acción social, reforma de los servicios públicos, abriéndolos a una
pluralidad de proveedores, y empoderamiento comunitario. Ello debe ser promovido
a través de la descentralización del poder político, la transparencia del
accionar público y la creación de fuentes de financiación que apoyen el impulso
comunitario. En este último punto destaca la idea de crear un “Banco de la Gran
Sociedad” (Big Society Bank), cuyo diseño, a día de hoy, ya está finiquitado y
su lanzamiento previsto para el año entrante.11 Fuera de ello Cameron anunció el
inicio práctico de su política tendiente a hacer posible la Gran Sociedad a
través de cuatro intentos pilotos, ubicados zonas y realidades en diversas del
Reino Unido.
Lo que Cameron está planteando es, en suma, un proyecto de largo
plazo y gran calado, que implica que las comunidades vayan transformando a un
Estado que se hace parte de su propia transformación mediante políticas públicas
que promuevan y faciliten la reconquista paulatina del poder por la sociedad
civil, paso a paso, función a función, guardería a guardería, escuela a escuela,
centro de salud a centro de salud. Estas ideas se enmarcan dentro de lo que es
una gran reflexión ideológica del partido conservador británico. Quizás la
expresión más radical de esto sea el influyente think thank conservador
londinense ResPublica, liderado por Phillip Blond.12 De cierta manera, se puede
decir que Blond es en relación a Cameron lo que Anthony Giddens fue en relación
a Tony Blair. Una especie de ideólogo-inspirador de la acción política
cotidiana.
La postura ideológica de Blond constituye un desconcertante desafío a
mucho de lo que durante décadas ha sido una parte constitutiva del mapa político
británico. El título de su libro de 2010, Red Tory (“Conservador Rojo”), es una
buena síntesis de las innovaciones desestabilizadoras de Blond, que no duda en
lanzarse a la conquista de un sentimiento de solidaridad social y activismo de
base que la izquierda tradicionalmente había definido como suyo. Su ofensiva, en
nombre de una verdadera solidaridad social y de la recreación y empoderamiento
de la sociedad civil, pone al laborismo como los verdaderos “azules”, en el sentido de
fríos, lejanos y ajenos al sentir popular.13 Los planteamientos de Blond son muy
amplios y parten de lo que en su libro define como un colapso cultural y moral
producto “de la desaparición de la sociedad civil británica”, cuyos espacios de
poder cívicos han sido copados por “el Estado centralizado o por el mercado
monopolizado”. Se ha creado así una “sociedad plana”, vacía de comunidad y, por
ello, de civilidad y moralidad, reducida a las opciones del Estado y el mercado:
“El Estado y el mercado han avanzado desde la izquierda y la derecha, copando
prácticamente todos aquellos espacios de autonomía y autogobierno que antes
conformaban la sociedad civil en Gran Bretaña.”14 (Blond 2010:3)
En un discurso
de noviembre de 2009 titulado El futuro del pensamiento conservador, Blond
(2009) resumió en tres puntos las bases de lo que él llamó “un nuevo pacto y un
nuevo fundamento” (a new deal and a new settlement) de una sociedad “con un
futuro mejor y más estable”: Estado civil (“civil state”), mercado moralizado
(“moralised market”) y sociedad asociativa (“associative society”). El Estado
civil es, para Blond, el nuevo Estado de bienestar que debe reemplazar al
actual: un Estado anclado en la sociedad civil, que promueve el poder del
asociacionismo y permite a los ciudadanos tomar el comando sobre sus estructuras
y funciones. Pero la ofensiva de Blond no solo se dirige contra el Estado
“antisocial”, sino también contra la panacea del mercado propia del “modelo
neoliberal”, la que a su juicio, paradojalmente, está destruyendo, mediante el
accionar amoral de los grandes oligopolios y conglomerados, al verdadero mercado
libre. Blond, que se declara “un pensador radicalmente pro mercado”, aboga por
ello por lo que él llama “mercado moralizado”, es decir, regulado por fuertes
restricciones de carácter ético que harían innecesarias muchas de las
intervenciones del gran Estado regulador. Finalmente, está la sociedad
asociativa, los “pequeños pelotones” de Burke, a los que explícitamente alude
Blond. Esa debe ser la base de todo el nuevo entramado social propuesto, y al
servicio de ella deben ponerse tanto el Estado como el mercado.
Me he
permitido tratar con cierto detalle las ideas de Cameron y Blond no porque esté
totalmente de acuerdo con ellas, sino porque constituyen, a mi juicio, un
conjunto de ideas extremadamente importantes para darle un futuro tanto al
pensamiento liberal como a un nuevo gobierno que sea capaz de sacarnos del
marasmo actual. Por ello es que me parece muy triste el que las propuestas de
David Cameron se reduzcan al tema de los recortes fiscales y lamento que
nosotros mismos nos hayamos sido capaces de destacar lo verdaderamente esencial
de sus ideas, ya que en ello reside un mensaje de recuperación de la sociedad
civil que realmente podría conquistar el favor ciudadano. En nuestra sociedad,
desde los protagonistas de las protestas callejeras hasta todos aquellos que,
aún votando, sienten desafección por las instituciones o que ven con espanto
como la intromisión del Estado va debilitando a la familia y a la comunidad, hay
una sed de un proyecto político diferente, que reformule no solo la misión sino
la estructura misma del Estado y busque soluciones desde abajo, desde el poder
propio del ciudadano y la sociedad civil para afrontar sus problemas y resolver
sus necesidades.
Para finalizar, y sin tratar de profundizar mucho en ello,
quisiera dar un par de ejemplos, tomados de latitudes muy distintas, de cómo se
hace en la práctica para poner al Estado y al mercado al servicio del
empoderamiento ciudadano y la reconstrucción de la sociedad civil.
Reinventando
el Estado del bienestar: el ejemplo sueco
El primer ejemplo proviene del
país-paradigma del Estado del bienestar, Suecia, que hace unos veinte años
estuvo sumido en una profunda crisis de la cual salió gracias a decididas
reformas que transformaron su viejo Estado benefactor –que tanto ahogaba la
libertad ciudadana, la diversidad y el dinamismo social en general– en un Estado
renovado, que ha sabido combinar una gran moderación fiscal con una amplia
apertura a la cooperación público-privada, la competencia y el
empoderamiento de la sociedad civil.15 Este cambio es una de las explicaciones
fundamentales del hecho de que Suecia lidere hoy el desarrollo europeo, con
altísimas tasas de crecimiento, plena estabilidad fiscal y notables logros en
política social.
Es importante partir señalando que lo realizado en Suecia ha
sido, en realidad, una espectacular operación de salvataje del Estado de
bienestar, debiendo reformarlo desde sus cimientos para evitar que se hundiese
definitivamente. Esto hay que recalcarlo dados los equívocos, mal o bien
intencionados, que existen acerca de este tipo de reformas: los cambios
emprendidos en Suecia no han pretendido disminuir la solidaridad social o
desmontar el Estado de bienestar, sino reinventarlo desmontando aquellas
jerarquías, monopolios y excesos que lo amenazaban. Cuatro grandes principios
guiaron este proceso de cambio:
1. Que la reforma del Estado de bienestar debe
ser llevada a cabo por la sociedad y no por el Estado. El papel del Estado debe
ser abrir la posibilidad del cambio renunciando a su monopolio de la gestión de
los servicios públicos y dándole al ciudadano una voz directa y determinante en
la conformación del nuevo Estado de bienestar.
2. Que el principal agente de la
reestructuración de los servicios públicos debe ser el ciudadano mismo. Para que
ello sea posible, el ciudadano debe recibir la responsabilidad directa por la
conformación de la oferta de servicios públicos mediante su libre elección. La
forma más simple y eficiente de alcanzar esto es un sistema de bonos del
bienestar, por el cual el Estado transfiere a los ciudadanos el poder efectivo
de configurar, mediante su demanda respaldada por los bonos del bienestar, la
oferta misma de los servicios de responsabilidad pública.
3. Que el cambio
requiere la creación de un amplio pluralismo de proveedores. La libertad de
elección no puede realizarse si no existe una posibilidad real de elegir entre
muchas alternativas que compitan entre sí en igualdad de condiciones y que, para
su subsistencia, dependan de la elección libre de los ciudadanos.
Esto implica
separar la responsabilidad pública por el acceso universal e igualitario a
ciertos servicios y prestaciones sociales de su gestión. De esta manera se
rompen los monopolios públicos, abriendo lo que había sido un sistema cerrado al
dinamismo de la libre competencia.
4. Que los servicios de responsabilidad
pública no deben estar monopolizados por una categoría especial de
trabajadores-funcionarios. La modernización del Estado de bienestar implica
romper no solo el monopolio de la gestión pública sino, además, el monopolio de
ciertas categorías laborales sobre la prestación de los servicios de
responsabilidad pública. La estabilidad en el empleo de quienes prestan
servicios que no tengan directamente que ver con el ejercicio de la autoridad
del Estado no debe estar relacionada con asignaciones presupuestarias ni
privilegios como la inamovilidad laboral, sino únicamente con la capacidad de
atraer la demanda ciudadana y, con ello, el financiamiento público canalizado
vía bonos del bienestar.
Lo que Suecia ha logrado con la introducción, desde
comienzos de los años 90, de los bonos del bienestar es poner al Estado (que
regula y financia) y al mercado (formado en este caso por una multitud de
asociaciones, cooperativas, fundaciones y empresas) directamente al servicio de
los ciudadanos. Se trata de un mecanismo muy práctico de empoderamiento de la
sociedad civil que está transformando profundamente los servicios públicos de
Suecia, pero no porque un gobierno desde arriba decida lo uno u lo otro, sino
porque los ciudadanos con sus elecciones concretas van creando la escuela, la
sanidad, el tipo de cuidado de ancianos y otros servicios que desean.
El
resurgimiento de las ciudades estadounidenses
Otro ejemplo de gran interés de
fortalecimiento de la sociedad civil mediante la acción conjunta del Estado y el
mercado es lo que ha ocurrido durante los últimos veinte años en muchos de los
barrios antes más destituidos de las ciudades de Estados Unidos.
Empecemos por
un hecho anecdótico pero revelador. Cuando Bill Clinton terminó su segundo
mandato presidencial, en enero de 2001, eligió un lugar sorprendente
para ubicar su nuevo despacho: 55 West 125th Street, es decir, en pleno Harlem.
Para aquellos que todavía tenían la imagen de Harlem como una zona absolutamente
segregada y devastada por las drogas y la violencia esto podía parecer una
locura. Pero no lo era. De hecho, Harlem llevaba ya por entonces al menos una
década de espectacular renovación, que lo había sacado de aquella espiral
infernal que había motivado la reducción de su población a menos de la mitad
entre 1950 y 1990. En los años 90, sin embargo, se revierte este proceso e
incluso una creciente cantidad de blancos de clase media comienza a elegirlo
como su residencia. Tanto es así, que los precios de terrenos y viviendas en
Central Harlem crecen con un espectacular 300 por ciento en los años 90,
comparado con apenas un 14 por ciento para toda Nueva York. ¿Cómo se explica un
cambio tan extraordinario que, además, se estaba produciendo por doquier en los
centros antes absolutamente devastados de tantas ciudades estadounidenses?
Algunos creen que esto solo tiene que ver con una férrea política de lucha
contra la criminalidad, asociada a la así llamada “tolerancia cero”. Sin duda
que una nueva actitud frente a la criminalidad, no menos frente a aquella de
poca monta que es la puerta de entrada a la gran criminalidad,16 fue
fundamental, pero sería un grave error creer que eso fue todo o, incluso, que
eso fue lo decisivo. Más que con los cuerpos policiales el renacimiento de las
ciudades norteamericanas tiene que ver con entidades con nombres como Harlem
Congregation for Community Improvement, Mid-Bronx Desperadoes, Bethel New Life
CDC, Merrill Park Residents Association, Broadway Area Housing Coalition, Asian
Neighborhood Design, Ten Point Coalition, Abyssinian Development Corporation y
miles de otras asociaciones de base. Las ciudades de Estados Unidos no fueron
rescatadas ni por los miles de millones de dólares invertidos en los grandes
planes de Washington para luchar contra la degradación urbana, ni por burócratas
o expertos altamente cualificados, ni por policías estrella, no, el milagro se
debe, esencialmente, a los ciudadanos mismos que, agrupados en los más diversos
tipos de asociaciones, tomaron en sus manos la recuperación de sus centros
urbanos, casa a casa, edificio a edificio, calle a calle, escuela a escuela,
oficina de empleo a oficina de empleo, de a poco, pacientemente, hasta convencer a todos de que solo la sociedad civil y sus
comunidades podían darle vueltas a una situación que muchos expertos
consideraban irremediable.
Contemos resumidamente esta sorprendente historia.17
Desde el New Deal de Roosevelt en los años 30 fue creciendo un Estado
intervencionista, que comenzó a erosionar el alma misma de la vitalidad
americana tan bien descrita por Tocqueville: sus comunidades, sus asociaciones,
su capacidad de autogobierno, su diversidad misma. La administración federal fue
acumulando y centralizando funciones, especialmente en materia social. Y la
lucha contra la pobreza y la exclusión fue su espacio más natural de acción.
Surgieron así los grandes planes, las grandes burocracias, los expertos
sabelotodo, y con ellos políticas que pretendían “desde arriba y desde afuera”
solucionar los problemas sociales. Hoy existe un consenso bastante amplio sobre
lo que significó todo esto: no solo un fracaso completo sino incluso el
agravamiento de los problemas a través de políticas absolutamente disparatadas,
como la de viviendas sociales (public housing) que apenas construidas se
convertían en guetos o todas aquellas medidas que de hecho fomentaban la
dependencia de los subsidios y la disolución de la familia, donde la
irresponsabilidad y la desidia pagaban más que la responsabilidad y el trabajo.
Este desarrollo tan lamentable llevó a una reacción política que no era más que
un intento de recuperar el genuino espíritu estadounidense. Se la conoce
genéricamente Nuevo Federalismo (New Federalism) y plantea la necesidad de
devolver el poder de los niveles centrales a los locales y de potenciar las
comunidades de base como sustento de una sociedad sana, cohesionada y dinámica.
Ya en la campaña presidencial de 1976 Ronald Reagan captó este impulso haciendo
un llamado a “poner fin al gigantismo” y “retornar a la escala humana: la escala
que los seres humanos pueden entender y manejar; la escala de la asociación
fraternal local, de la parroquia, del club de barrio…” (Schamra 2004). Esta
orientación sería luego una constante en la política estadounidense, haciendo
así posible la formulación de políticas públicas dirigidas a reforzar la
sociedad civil y sus comunidades. Este fue el marco propicio para que los
líderes locales contasen con una amplia libertad en el uso de los recursos
públicos para apoyar las
iniciativas que surgían desde abajo, desde los barrios, las iglesias, las
asociaciones civiles.
Pero ese marco de acción, esa voluntad política de
reavivar el espíritu asociativo de Estados Unidos, no hubiese dado fruto si no
hubiesen existido aquellos miles y miles de activistas locales, a menudo
nucleados en torno al pastor o la iglesia del barrio, dispuestos a tomar las
cosas en sus propias manos. Ellos fueron los decisivos, y en torno a ellos y a
sus Corporaciones de Desarrollo Comunitario (Community Development Corporations,
CDCs) se forjaron las alianzas con el Estado y el mercado que crearían el núcleo
del renacer de las ciudades norteamericanas. Políticas públicas pro autonomía
local y sociedad civil,18 una tributación que premia la reforma y construcción
de viviendas así como la inversión privada en general en áreas de alto riesgo,19
fundaciones privadas dispuestas a canalizar recursos hacia los barrios
vulnerables como la Local Initiatives Support Corporation y la Enterprise
Community Partners,20 todo ello y mucho más ha potenciado el impulso desde
abajo, desde las miles de comunidades de base que han sido las protagonistas de
la recuperación de la ciudad norteamericana. P. Grogan y T. Proscio (2000:243)
sintetizan así las fuerzas que confluyeron para que ello fuese posible:
“comunidades de barrio, capital privado, orden público y un sistema de servicios
desregulado o descentralizado”.
Stephen Goldsmith, legendario alcalde de
Indianápolis durante los años 90, sintetizó todo el espíritu de esta gran
renovación urbana en las siguientes palabras de su discurso inaugural como
alcalde de 1992:
“El alma de nuestra ciudad son sus barrios, y el gobierno debe
ser rehecho en torno a ellos. Debemos descentralizar la gran administración.
Debemos ayudar a los ciudadanos a reganar el control de sus barrios,
reconquistar su administración, reasumir sus propias responsabilidades.
Debemos encontrar un camino para empoderar a las gentes y las organizaciones
civiles de esta ciudad.”21
Palabras finales sobre el liberalismo asociativo
El
pensamiento liberal alberga un gran potencial político. Pero para realizar ese
potencial se requiere unir su inquebrantable defensa de la libertad individual
con una defensa igualmente inquebrantable de las formas de asociación civil en
que se expresa esa libertad. Aunque parezca una contradicción quisiera afirmar
que, para ser consecuente consigo mismo, el individualismo liberal no puede ser
individualista, sino social, volcado hacia la construcción de sociedad civil, de
lazos de fraternidad y solidaridad con quienes forman los “pequeños pelotones” a
los que pertenecemos naturalmente o por designio de nuestra voluntad libre. Sin
el soporte de nuestros cercanos, sin la responsabilización mutua por nuestro
bienestar, no hay libertad que valga. La libertad no puede ser soledad sino al
precio de hacernos súbditos de otros, del Gran Estado o del Gran Líder, o de una
ilusión de alguna ficción ideológica que terminará exigiendo que le rindamos
nuestra libertad real.
El ser humano se mueve propulsado por dos fuerzas que
parecen repelerse la una a la otra: la necesidad de ser libres y la necesidad de
pertenecer a una comunidad. La búsqueda de la libertad ha sido siempre el lado
fuerte del liberalismo, pero a menudo se nos ha quedado en el tintero la
respuesta a la búsqueda de la comunidad. Con ello le hemos hecho un flaco favor
a nuestras ideas y le hemos dejado el terreno abonado a los socialistas de todo
pelaje para que hagan su oferta de seguridad, pertenencia y comunidad al precio
de una subordinación creciente a sus designios. Pero eso no tiene por qué ser
así. Si sabemos hermanar libertad y pertenencia, individuo y comunidad, podemos
crear una propuesta de sociedad capaz de romper el desconcierto que hoy corroe
gran parte de nuestra sociedad.
https://bibliotecademauriciorojas.files.wordpress.com/2012/03/por-un-liberalismo-asociativo-ensayo-20.pdf
1 El texto es accesible en Internet en: http://www.primerolagente.com.ar/img/hayek.pdf
2 Estas son las palabras de Burke: “To be attached to the subdivision, to love the little platoon we belong to in society, is the first principle (the germ as it were) of public affections. It is the first link in the series by which we proceed toward a love to our country and to mankind.” E. Burke, Reflections on the French Revolution. Harvard: The Harvard Classics, 1909, párrafo 75.
3 “Mediating structures” fue la expresión que Peter Berger y Richard Neuhaus le dieron a los “pequeños pelotones” de Burke en un texto de 1977 que hizo época: To empower people: the role of mediating structures in public policy.
4 “Los norteamericanos de todas las edades, de todas las condiciones y del más variado ingenio, se unen constantemente y no solo tienen asociaciones comerciales e industriales en que todos toman parte, sino otras mil diferentes: religiosas, morales, graves, fútiles, muy generales y muy particulares […] Así, el país más democrático de la Tierra, es aquel en que los hombres han perfeccionado más el arte de perseguir en común el objeto de sus deseos, y han aplicado al mayor número de objetos esta nueva ciencia.” Tocqueville, La Democracia en América. México: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 473.
5 H. Arendt, The Origins of Totalitarianism. New York: Harcourt, Brace and Company, 1951, pp. 316-317.
6 Según Arendt, la atomización de los individuos puede, como en Alemania, anteceder al surgimiento del totalitarismo o, como en la Rusia soviética, ser creada por el propio régimen como una manera de dominar plenamente la sociedad (Ibíd., p. 312).
7 Este programa, que también incluía medidas de “higiene racial” como la esterilización masiva de madres “inapropiadas”, fue publicado en forma de libro en 1934 bajo el título de “Crisis en el tema de la población”. G. Myrdal y A. Myrdal, Kris i befolkningsfrågan. Stockholm: Bonniers Förlag, 1934.
8 Una lectura clave en este contexto es el libro de 1953 de Robert Nisbet titulado The Quest for Community y reeditado en 1990. R. Nisbet, The Quest for Community. San Francisco: ICS Press, 1990.
9 D. Cameron, Big Society Speech. London: The official site of the British Prime Minister’s office. http://www.number10.gov.uk/news/big-society-speech/.
10 Ibíd. Whitehall, la avenida que va de la Plaza del Parlamento a la de Trafalgar, es una metáfora común en Gran Bretaña del más alto poder político y la administración del gobierno central.
11 Véase la propuesta en: http://www.cabinetoffice.gov.uk/sites/default/files/resources/bigsociety-bank-outline-proposal.pdf
12 La página de ResPublica es: http://respublica.org.uk/
13 ”Red Tory vs Blue Labour” fue el título, después muy repetido, de un seminario organizado en abril de 2009 por el think tank Demos en torno al desafío representado por los planteamientos de Blond.
14 P. Blond, Red Tory: How the Left and Right Have Broken Britain and How We Can Fix It. London: Faber and Faber, 2010. Por!un!liberalismo!asociativo Biblioteca!Virtual Mauricio!Rojas
15 Para un análisis más detallado de estas reformas puede consultarse mi libro Reinventar el Estado del bienestar – La experiencia de Suecia. Madrid: Gota a Gota/FAES, 2010.
16 La obra esencial al respecto es Fixing Broken Windows de George Kelling y Catherine Coles. New York: Touchstone Books 1996. Por!un!liberalismo!asociativo Biblioteca!Virtual Mauricio!Rojas
17 Un amplio recuento se encuentra en P. Grogan y T. Proscio Grogan, Comeback Cities: A Blueprint for Urban Neighborhood Revival. Boulder: Westview Press, 2000.
18 Hay una gran cantidad de estos instrumentos, siendo los así llamados Block grants uno de los más importantes ya que entrega recursos fiscales sin coartar la autonomía y la innovación locales.
19 Se trata, en lo fundamental, del Housing Tax Credit y del New Markets Tax Credit.
20 Para estudiar su amplio accionar que ha canalizado miles de millones de dólares hacia las iniciativas locales véase http://www.lisc.org/ y http://www.enterprisecommunity.org/
21 S. Goldsmith, Stephen, Putting Faith in Neighborhoods: Making Cities Work through Grassroots Citizenship. Noblesville: Hudson Institute, 2002, pág. 143.