Informe 15. De autor. Mauricio Rojas. Por un liberalismo asociativo.

Introducción.

Este ensayo trata de la relación entre Estado, sociedad civil y mercado. Es un tema que ha sido clásico desde el surgimiento mismo de la sociedad moderna, cuando el mundo de las relaciones cercanas comienza a separarse de de los intercambios económicos, que adoptan la forma de mercados cada vez más lejanos y autorregulados, y del poder político, crecientemente concentrado en la figura del Estado. Por ello, este texto se inicia aludiendo a esta reflexión clásica, tomando como punto de referencia a algunos pensadores célebres como Hayek, Burke y Tocqueville. Después se sacan algunas conclusiones acerca de la falsa disyuntiva Estado-mercado para pasar luego a la actualidad política del tema, haciendo referencia a las ideas y propuestas de David Cameron. Finalmente, se hace alusión, muy resumidamente, a un par de intentos recientes de compatibilizar mercado y Estado en beneficio del florecimiento de la sociedad civil. El primero proviene de Suecia y sus recientes reformas del Estado de bienestar y el segundo del proceso de renovación urbana que ha transformado tantas ciudades estadounidenses en las últimas dos décadas. 


Hayek y los dos individualismos.

Quisiera iniciar estas reflexiones aludiendo a un texto de Friedrich Hayek. Se trata de un ensayo publicado en 1946 que recoge una conferencia dictada por Hayek en diciembre de 1945 en el University College de Dublín con el título Individualismo: el verdadero y el falso.1 Hayek hace allí una distinción muy importante entre dos formas de ver y plantearse el individualismo. Por una parte está el individualismo verdadero –yo diría, liberal–, un individualismo que necesariamente tiene que afirmar y defender la sociedad civil. Porque la sociedad civil, según Hayek, es la expresión necesaria de la libertad individual. Nuestra libertad se expresa y realiza en la constitución de la familia y de una red de relaciones cercanas de cooperación, asociación y solidaridad, en todas esas “formaciones espontáneas” que son las “bases indispensables de una civilización libre”. 

Edmund Burke, en sus famosas Reflexiones sobre la Revolución Francesa de fines del siglo XVIII, habló de estas formas básicas de asociación como el “pequeño pelotón” (little platoon) al que pertenecemos y que forma la base de nuestra vida y solidaridad sociales.2 Esta alusión la hizo Burke en el contexto de su crítica al impulso revolucionario que por entonces conmovía a Francia: el querer arrasarlo todo, disolver todos los órdenes y afectos, borrar la herencia de la historia y quebrar nuestras solidaridades básicas, para de esa manera poder imponer un orden nuevo surgido del designio revolucionario y plasmado en un Estado, que se arrogaba la tarea de rehacer totalmente la sociedad. Para ello, el Estado revolucionario precisaba de individuos libres de todo vínculo, de toda fe, de toda lealtad, para poder hacerlos de nuevo, dependientes de un solo vínculo, de una sola fe y de una única lealtad: con el Estado revolucionario.

Esta es una observación fundamental ya que la destrucción de la sociedad civil y la atomización del individuo son, sin duda, las bases del Estado fuerte. El debilitamiento o destrucción de todas esas “estructuras intermedias”3 donde el individuo plasma sus relaciones sociales lo deja, para resolver sus necesidades vitales, absolutamente dependiente del Estado. En suma, mientras más débil es la sociedad civil, más fuerte es el estado. Esta reflexión es muy importante para Hayek y él la conecta con las reflexiones de otro pensador clásico: Alexis de Tocqueville. Es en su famoso libro La Democracia en América, de la primera mitad del siglo XIX, donde Tocqueville, visitando Estados Unidos, hace un descubrimiento esencial: que la verdadera fuente de la libertad, la democracia y la prosperidad de los americanos es una fuerte sociedad civil, la verdadera pasión de los americanos por asociarse, es decir, de resolver todos sus problemas por sí mismos, sin recurrir a otros, sin recurrir al Estado, sino formando directamente una respuesta asociativa a los problemas que les presentaba la vida.4 La verdad es que ninguna sociedad ha estado tan cerca del autogobierno como la sociedad estadounidense clásica y esa fuerza de la sociedad civil es aún hoy un rasgo distintivo de Estados Unidos como lo veremos más adelante. 

Frente a este individualismo, que para Hayek es el verdadero individualismo liberal, existe otro individualismo, que él llama “falso individualismo” y que yo llamaría individualismo socialista o, incluso, totalitario. Puede parecer contradictorio hablar de individualismo socialista o totalitario, pero no lo es. Se trata de aquel individualismo que invita al individuo a romper de todo lazo cercano, a “liberarse” de toda obligación y de toda dependencia con sus seres más cercanos y, en vez de ello, ofrece una gran solución para nuestras necesidades vitales que no es otra que la del Gran Estado o, en su forma extrema, la del Gran Líder. Esta reflexión es muy parecida a la que hizo otro gran pensador o pensadora, Hanna Arendt, al estudiar las raíces del totalitarismo moderno. Arendt señaló una fuente fundamental de ese siniestro fenómeno: la soledad de la moderna sociedad de masas, aquella donde surge el “hombre-masa” (mass man), ese átomo aislado, indistinguible de miles de otros átomos que finalmente encuentran un sentido de pertenecía y comunidad abandonándose a otros, a un movimiento de masas, un Estado o un Führer, que los rescate de su soledad: 

“Los movimiento totalitarios son organizaciones de masas de individuos aislados. Comparados con todo otro partido o movimiento, su característica más conspicua es su exigencia de una lealtad total […] (que) solo puede esperarse de seres humanos completamente aislados que, carentes de todo otro vínculo social, […] derivan su sentimiento de tener un lugar en el mundo exclusivamente de su pertenencia al movimiento o al partido.”5 

Es esa alienación de vivir con extraños, de vivir en sociedades vacías de comunidad, de no tener lazos fuertes con los seres humanos más cercanos, de no formar nada que tenga solidez y permanencia en torno a la vida cotidiana, la que según Arendt lleva a la necesaria búsqueda de aquella comunidad ficticia que ofrecen movimientos políticos como el nazismo o el comunismo.6 De esta misma fuente beben también los grandes Estados benefactores democráticos, que ofrecen resolver con sus aparatos asistenciales, sus planificadores, sus expertos y sus burocracias lo que la sociedad civil tradicionalmente ha resuelto. 

Esta dialéctica que lleva de la debilidad de la sociedad civil a la soledad y de la soledad a la dependencia del Estado ha sido siempre evidente para el socialismo. Por ello su propensión a promover la disolución de los lazos cercanos fuertes como aquellos representados por la familia. El individuo sin familia o con vínculos familiares superficiales, es un individuo que necesariamente va a tener que recurrir al Estado. Esto es algo evidente en los regímenes comunistas, pero lo mismo se puede también observar al estudiar a uno de los países donde la socialdemocracia tuvo una hegemonía más duradera y profunda: Suecia. Ya en los años 30 del siglo pasado, los esposos Myrdal (Alba y Gunnar, futuros ministros socialdemócratas y ganadores del Premio Nobel) lanzaron un amplio programa de destrucción de la familia como bastión social de resistencia al proyecto socializador del régimen socialdemócrata inaugurado en 1932. Para que el Estado formase a sus hombres nuevos había que quitar de en medio a toda organización social que se interpusiese entre el Estado y el individuo, ojalá desde la más temprana edad. Por ello, se llegó a recomendar que incluso los bebés más tiernos fuesen entregados a los cuidados profesionales de los expertos del Estado, quedando el papel de los padres reducido a un mero rol “subsidiario” respecto de la formación de sus hijos. La finalidad era clara: “liberar” a los niños de sus padres y colectivizar la formación de los niños.7 La socialdemocracia sueca llevó, sin duda, la extensión del Estado benefactor monopolista y anti sociedad civil a extremos nunca alcanzados en otro régimen democrático. Fue tal vez por ello que haya sido justamente en Suecia donde hace un par de décadas se inició un profundo proceso de cambio del Estado benefactor al que pronto volveremos.


La centralidad de la sociedad civil en perspectiva liberal

De estas reflexiones quisiera sacar un par de conclusiones. La primera es que no hay libertad individual real sin una sociedad civil que asuma importantes funciones sociales. Por lo tanto, el proyecto liberal debe ser siempre un proyecto de defensa y fortalecimiento de la sociedad civil. Es ese sentido ha habido un serio malentendido, incluso de una parte de muchos liberales, que ha tendido a confundir la liberad con la ruptura de todo vínculo social sólido. Esto ha tenido su fundamento en la aspiración justificada de luchar contra una serie de graves inequidades y desigualdades intolerables que eran una parte integrante de la sociedad civil tradicional. Sin duda que las comunidades históricas han sido también agentes de opresión e intolerancia. Por ello, para muchos liberales toda liberación de las mismas y de sus reglas muchas veces asfixiantes era algo positivo, pero sin llegar a comprender que la alternativa no puede ser la atomización o la falta generalizada de responsabilidad directa por nuestro entorno humano. Por ello es que este tipo de liberalismo unilateralmente emancipador ha terminado abriéndole las puertas al colectivismo estatal o socialismo En esta perspectiva es muy instructivo leer a Hayek y descubrir el peligro que existe si lo que propugnamos es, en el fondo, ese tipo de este falso individualismo que crea la dependencia y, finalmente, el sometimiento al Estado.8 

La segunda conclusión que extraigo de las reflexiones anteriores, es que el pensamiento liberal debe rechazar de plano la dicotomía, hoy en día tan en boga, entre Estado y mercado. A la izquierda le deleita este planteamiento. Le viene como anillo al dedo decir que la disyuntiva es Estado o mercado, y como nadie en verdad quiere vivir en una “sociedad de mercado” hay, evidentemente, que crear un gran Estado que nos proteja del mercado. El problema es que todo este planteamiento es falso: no existe ninguna contraposición necesaria entre Estado y mercado, y más adelante se darán algunos ejemplos acerca de cómo se puede organizar una colaboración dinámica y provechosa entre los mismos. Pero el problema mayor de la dicotomía Estado-mercado es que esta simplificación ignora o niega nada menos que la existencia y las posibilidades de la sociedad civil. 

Ahora bien, si nosotros mismos aceptamos esta forma de plantear el debate o, más aún, si postulamos que el mercado debe resolver cada uno de los problemas que el Estado no ha resuelto, entonces estaríamos perdidos ideológicamente y, además, jamás podríamos recabar un amplio apoyo para nuestras propuestas, porque jamás la sociedad va a aceptar un proyecto político que diga: en vez de la política, el comercio. Esto es simplemente así porque la mayoría de nuestras relaciones, y entre ellas las más importantes, no están en la política ni en el comercio, sino en nuestros vínculos interpersonales, en el compartir nuestras vidas con la gente que queremos, en crear esos lazos que no pueden ordenarse (como en la política) ni comprarse (como en el comercio). En estos vínculos reside el verdadero sentido de la vida en sociedad y su fortalecimiento debe ser, por ello, el propósito declarado del pensamiento y accionar liberales. 

La finalidad esencial del liberalismo no es crear mercados, ni siquiera crear sociedades democráticas por sí mismas. La finalidad del liberalismo es fortalecer la libertad del individuo y todas esas asociaciones o comunidades que son el producto del ejercicio de esa libertad. La política y el Estado deben ser instrumentos para ello, y la democracia es, sin duda, el mejor instrumento político que tenemos para alcanzar ese objetivo, así como el mercado es el mejor instrumento económico para hacer prosperar a la sociedad civil; pero si la ignoramos, si la sacamos del debate y del horizonte de nuestro accionar, entonces estamos planteando algo que desde el punto de vista liberal es una aberración.


Cameron y el relanzamiento del liberalismo asociativo 

Esas reflexiones me permiten pasar a la actualidad política, donde quiero aludir a unos de los políticos más interesantes de la Europa actual: David Cameron, Primer Ministro y líder del partido conservador del Reino Unido. El 19 de julio de 2010 Cameron pronunció en Liverpool un discurso de alto interés ideológico y programático que se conoce como Big Society Speech.9 En él, Cameron relanzó, ahora como Primer Ministro, lo que había sido la idea central en su carrera política: que la gran misión del partido conservador británico no es otra que la de refundar la relación entre Estado y sociedad civil. 

Es muy importante destacar este aspecto de la propuesta de Cameron, ya que a menudo cuando se habla de la política del líder conservador se habla exclusivamente de recortes fiscales, como si a ello se redujese la visión y la misión de Cameron. Para entender cuan parcial es esta apreciación basta leer los párrafos iniciales del discurso ya citado. Allí nos dice Camerón que “hay cosas que se hacen porque son un deber”, como terminar con un déficit fiscal insostenible, pero hay otras cosas que se hacen porque “son nuestra pasión” y, agrega, “mi gran pasión es construir una Gran Sociedad”. 

La Gran Sociedad es la respuesta a los dos ejes tradicionales del poder y del debate político: el Gran Gobierno (Big Government) y los Grandes Negocios (Big Businesses), y Cameron la define de la siguiente manera: 

Podéis llamarla liberalismo. Podéis llamarla empoderamiento (empowerment). Podéis llamarla libertad. Podéis llamarla responsabilidad. Yo la llamo la Gran Sociedad. La Gran Sociedad es un enorme cambio cultural […] donde la gente, en sus vidas cotidianas, en sus hogares, en sus barrios, en sus lugares de trabajo […] no siempre se dirige a funcionarios, a las autoridades locales o al gobierno central buscando respuestas a sus problemas […] sino que, en vez de ello, se sienten libres y con el poder necesario para ayudarse a sí mismos y a sus propias comunidades […] Se trata de una liberación: la más grande y la más dramática redistribución del poder desde las élites en Whitehall al hombre y la mujer corrientes.”10 

Esto implica, según Cameron, “una perspectiva completamente nueva sobre el gobierno”, que lo “pone completamente de cabeza”. En consecuencia, el norte que orientará su Gobierno será hacer todo aquello que “ayuda a potenciar el impulso comunitario” y “no hacer nada que lo aplaste”. Para llevar adelante este programa de devolución de funciones del Estado a la sociedad civil Cameron mencionó tres instrumentos: políticas públicas para fomentar la acción social, reforma de los servicios públicos, abriéndolos a una pluralidad de proveedores, y empoderamiento comunitario. Ello debe ser promovido a través de la descentralización del poder político, la transparencia del accionar público y la creación de fuentes de financiación que apoyen el impulso comunitario. En este último punto destaca la idea de crear un “Banco de la Gran Sociedad” (Big Society Bank), cuyo diseño, a día de hoy, ya está finiquitado y su lanzamiento previsto para el año entrante.11 Fuera de ello Cameron anunció el inicio práctico de su política tendiente a hacer posible la Gran Sociedad a través de cuatro intentos pilotos, ubicados zonas y realidades en diversas del Reino Unido. 

Lo que Cameron está planteando es, en suma, un proyecto de largo plazo y gran calado, que implica que las comunidades vayan transformando a un Estado que se hace parte de su propia transformación mediante políticas públicas que promuevan y faciliten la reconquista paulatina del poder por la sociedad civil, paso a paso, función a función, guardería a guardería, escuela a escuela, centro de salud a centro de salud. Estas ideas se enmarcan dentro de lo que es una gran reflexión ideológica del partido conservador británico. Quizás la expresión más radical de esto sea el influyente think thank conservador londinense ResPublica, liderado por Phillip Blond.12 De cierta manera, se puede decir que Blond es en relación a Cameron lo que Anthony Giddens fue en relación a Tony Blair. Una especie de ideólogo-inspirador de la acción política cotidiana. 

La postura ideológica de Blond constituye un desconcertante desafío a mucho de lo que durante décadas ha sido una parte constitutiva del mapa político británico. El título de su libro de 2010, Red Tory (“Conservador Rojo”), es una buena síntesis de las innovaciones desestabilizadoras de Blond, que no duda en lanzarse a la conquista de un sentimiento de solidaridad social y activismo de base que la izquierda tradicionalmente había definido como suyo. Su ofensiva, en nombre de una verdadera solidaridad social y de la recreación y empoderamiento de la sociedad civil, pone al laborismo como los verdaderos “azules”, en el sentido de fríos, lejanos y ajenos al sentir popular.13 Los planteamientos de Blond son muy amplios y parten de lo que en su libro define como un colapso cultural y moral producto “de la desaparición de la sociedad civil británica”, cuyos espacios de poder cívicos han sido copados por “el Estado centralizado o por el mercado monopolizado”. Se ha creado así una “sociedad plana”, vacía de comunidad y, por ello, de civilidad y moralidad, reducida a las opciones del Estado y el mercado: “El Estado y el mercado han avanzado desde la izquierda y la derecha, copando prácticamente todos aquellos espacios de autonomía y autogobierno que antes conformaban la sociedad civil en Gran Bretaña.”14 (Blond 2010:3)

En un discurso de noviembre de 2009 titulado El futuro del pensamiento conservador, Blond (2009) resumió en tres puntos las bases de lo que él llamó “un nuevo pacto y un nuevo fundamento” (a new deal and a new settlement) de una sociedad “con un futuro mejor y más estable”: Estado civil (“civil state”), mercado moralizado (“moralised market”) y sociedad asociativa (“associative society”). El Estado civil es, para Blond, el nuevo Estado de bienestar que debe reemplazar al actual: un Estado anclado en la sociedad civil, que promueve el poder del asociacionismo y permite a los ciudadanos tomar el comando sobre sus estructuras y funciones. Pero la ofensiva de Blond no solo se dirige contra el Estado “antisocial”, sino también contra la panacea del mercado propia del “modelo neoliberal”, la que a su juicio, paradojalmente, está destruyendo, mediante el accionar amoral de los grandes oligopolios y conglomerados, al verdadero mercado libre. Blond, que se declara “un pensador radicalmente pro mercado”, aboga por ello por lo que él llama “mercado moralizado”, es decir, regulado por fuertes restricciones de carácter ético que harían innecesarias muchas de las intervenciones del gran Estado regulador. Finalmente, está la sociedad asociativa, los “pequeños pelotones” de Burke, a los que explícitamente alude Blond. Esa debe ser la base de todo el nuevo entramado social propuesto, y al servicio de ella deben ponerse tanto el Estado como el mercado.

Me he permitido tratar con cierto detalle las ideas de Cameron y Blond no porque esté totalmente de acuerdo con ellas, sino porque constituyen, a mi juicio, un conjunto de ideas extremadamente importantes para darle un futuro tanto al pensamiento liberal como a un nuevo gobierno que sea capaz de sacarnos del marasmo actual. Por ello es que me parece muy triste el que las propuestas de David Cameron se reduzcan al tema de los recortes fiscales y lamento que nosotros mismos nos hayamos sido capaces de destacar lo verdaderamente esencial de sus ideas, ya que en ello reside un mensaje de recuperación de la sociedad civil que realmente podría conquistar el favor ciudadano. En nuestra sociedad, desde los protagonistas de las protestas callejeras hasta todos aquellos que, aún votando, sienten desafección por las instituciones o que ven con espanto como la intromisión del Estado va debilitando a la familia y a la comunidad, hay una sed de un proyecto político diferente, que reformule no solo la misión sino la estructura misma del Estado y busque soluciones desde abajo, desde el poder propio del ciudadano y la sociedad civil para afrontar sus problemas y resolver sus necesidades.

Para finalizar, y sin tratar de profundizar mucho en ello, quisiera dar un par de ejemplos, tomados de latitudes muy distintas, de cómo se hace en la práctica para poner al Estado y al mercado al servicio del empoderamiento ciudadano y la reconstrucción de la sociedad civil.


 Reinventando el Estado del bienestar: el ejemplo sueco 

El primer ejemplo proviene del país-paradigma del Estado del bienestar, Suecia, que hace unos veinte años estuvo sumido en una profunda crisis de la cual salió gracias a decididas reformas que transformaron su viejo Estado benefactor –que tanto ahogaba la libertad ciudadana, la diversidad y el dinamismo social en general– en un Estado renovado, que ha sabido combinar una gran moderación fiscal con una amplia apertura a la cooperación público-privada, la competencia y el empoderamiento de la sociedad civil.15 Este cambio es una de las explicaciones fundamentales del hecho de que Suecia lidere hoy el desarrollo europeo, con altísimas tasas de crecimiento, plena estabilidad fiscal y notables logros en política social. 

Es importante partir señalando que lo realizado en Suecia ha sido, en realidad, una espectacular operación de salvataje del Estado de bienestar, debiendo reformarlo desde sus cimientos para evitar que se hundiese definitivamente. Esto hay que recalcarlo dados los equívocos, mal o bien intencionados, que existen acerca de este tipo de reformas: los cambios emprendidos en Suecia no han pretendido disminuir la solidaridad social o desmontar el Estado de bienestar, sino reinventarlo desmontando aquellas jerarquías, monopolios y excesos que lo amenazaban. Cuatro grandes principios guiaron este proceso de cambio: 

1. Que la reforma del Estado de bienestar debe ser llevada a cabo por la sociedad y no por el Estado. El papel del Estado debe ser abrir la posibilidad del cambio renunciando a su monopolio de la gestión de los servicios públicos y dándole al ciudadano una voz directa y determinante en la conformación del nuevo Estado de bienestar. 

2. Que el principal agente de la reestructuración de los servicios públicos debe ser el ciudadano mismo. Para que ello sea posible, el ciudadano debe recibir la responsabilidad directa por la conformación de la oferta de servicios públicos mediante su libre elección. La forma más simple y eficiente de alcanzar esto es un sistema de bonos del bienestar, por el cual el Estado transfiere a los ciudadanos el poder efectivo de configurar, mediante su demanda respaldada por los bonos del bienestar, la oferta misma de los servicios de responsabilidad pública. 

3. Que el cambio requiere la creación de un amplio pluralismo de proveedores. La libertad de elección no puede realizarse si no existe una posibilidad real de elegir entre muchas alternativas que compitan entre sí en igualdad de condiciones y que, para su subsistencia, dependan de la elección libre de los ciudadanos. 

Esto implica separar la responsabilidad pública por el acceso universal e igualitario a ciertos servicios y prestaciones sociales de su gestión. De esta manera se rompen los monopolios públicos, abriendo lo que había sido un sistema cerrado al dinamismo de la libre competencia. 

4. Que los servicios de responsabilidad pública no deben estar monopolizados por una categoría especial de trabajadores-funcionarios. La modernización del Estado de bienestar implica romper no solo el monopolio de la gestión pública sino, además, el monopolio de ciertas categorías laborales sobre la prestación de los servicios de responsabilidad pública. La estabilidad en el empleo de quienes prestan servicios que no tengan directamente que ver con el ejercicio de la autoridad del Estado no debe estar relacionada con asignaciones presupuestarias ni privilegios como la inamovilidad laboral, sino únicamente con la capacidad de atraer la demanda ciudadana y, con ello, el financiamiento público canalizado vía bonos del bienestar. 

Lo que Suecia ha logrado con la introducción, desde comienzos de los años 90, de los bonos del bienestar es poner al Estado (que regula y financia) y al mercado (formado en este caso por una multitud de asociaciones, cooperativas, fundaciones y empresas) directamente al servicio de los ciudadanos. Se trata de un mecanismo muy práctico de empoderamiento de la sociedad civil que está transformando profundamente los servicios públicos de Suecia, pero no porque un gobierno desde arriba decida lo uno u lo otro, sino porque los ciudadanos con sus elecciones concretas van creando la escuela, la sanidad, el tipo de cuidado de ancianos y otros servicios que desean. 


El resurgimiento de las ciudades estadounidenses 

Otro ejemplo de gran interés de fortalecimiento de la sociedad civil mediante la acción conjunta del Estado y el mercado es lo que ha ocurrido durante los últimos veinte años en muchos de los barrios antes más destituidos de las ciudades de Estados Unidos. 

Empecemos por un hecho anecdótico pero revelador. Cuando Bill Clinton terminó su segundo mandato presidencial, en enero de 2001, eligió un lugar sorprendente para ubicar su nuevo despacho: 55 West 125th Street, es decir, en pleno Harlem. Para aquellos que todavía tenían la imagen de Harlem como una zona absolutamente segregada y devastada por las drogas y la violencia esto podía parecer una locura. Pero no lo era. De hecho, Harlem llevaba ya por entonces al menos una década de espectacular renovación, que lo había sacado de aquella espiral infernal que había motivado la reducción de su población a menos de la mitad entre 1950 y 1990. En los años 90, sin embargo, se revierte este proceso e incluso una creciente cantidad de blancos de clase media comienza a elegirlo como su residencia. Tanto es así, que los precios de terrenos y viviendas en Central Harlem crecen con un espectacular 300 por ciento en los años 90, comparado con apenas un 14 por ciento para toda Nueva York. ¿Cómo se explica un cambio tan extraordinario que, además, se estaba produciendo por doquier en los centros antes absolutamente devastados de tantas ciudades estadounidenses? 

Algunos creen que esto solo tiene que ver con una férrea política de lucha contra la criminalidad, asociada a la así llamada “tolerancia cero”. Sin duda que una nueva actitud frente a la criminalidad, no menos frente a aquella de poca monta que es la puerta de entrada a la gran criminalidad,16 fue fundamental, pero sería un grave error creer que eso fue todo o, incluso, que eso fue lo decisivo. Más que con los cuerpos policiales el renacimiento de las ciudades norteamericanas tiene que ver con entidades con nombres como Harlem Congregation for Community Improvement, Mid-Bronx Desperadoes, Bethel New Life CDC, Merrill Park Residents Association, Broadway Area Housing Coalition, Asian Neighborhood Design, Ten Point Coalition, Abyssinian Development Corporation y miles de otras asociaciones de base. Las ciudades de Estados Unidos no fueron rescatadas ni por los miles de millones de dólares invertidos en los grandes planes de Washington para luchar contra la degradación urbana, ni por burócratas o expertos altamente cualificados, ni por policías estrella, no, el milagro se debe, esencialmente, a los ciudadanos mismos que, agrupados en los más diversos tipos de asociaciones, tomaron en sus manos la recuperación de sus centros urbanos, casa a casa, edificio a edificio, calle a calle, escuela a escuela, oficina de empleo a oficina de empleo, de a poco, pacientemente, hasta convencer a todos de que solo la sociedad civil y sus comunidades podían darle vueltas a una situación que muchos expertos consideraban irremediable. 

Contemos resumidamente esta sorprendente historia.17 Desde el New Deal de Roosevelt en los años 30 fue creciendo un Estado intervencionista, que comenzó a erosionar el alma misma de la vitalidad americana tan bien descrita por Tocqueville: sus comunidades, sus asociaciones, su capacidad de autogobierno, su diversidad misma. La administración federal fue acumulando y centralizando funciones, especialmente en materia social. Y la lucha contra la pobreza y la exclusión fue su espacio más natural de acción. Surgieron así los grandes planes, las grandes burocracias, los expertos sabelotodo, y con ellos políticas que pretendían “desde arriba y desde afuera” solucionar los problemas sociales. Hoy existe un consenso bastante amplio sobre lo que significó todo esto: no solo un fracaso completo sino incluso el agravamiento de los problemas a través de políticas absolutamente disparatadas, como la de viviendas sociales (public housing) que apenas construidas se convertían en guetos o todas aquellas medidas que de hecho fomentaban la dependencia de los subsidios y la disolución de la familia, donde la irresponsabilidad y la desidia pagaban más que la responsabilidad y el trabajo. 

Este desarrollo tan lamentable llevó a una reacción política que no era más que un intento de recuperar el genuino espíritu estadounidense. Se la conoce genéricamente Nuevo Federalismo (New Federalism) y plantea la necesidad de devolver el poder de los niveles centrales a los locales y de potenciar las comunidades de base como sustento de una sociedad sana, cohesionada y dinámica. Ya en la campaña presidencial de 1976 Ronald Reagan captó este impulso haciendo un llamado a “poner fin al gigantismo” y “retornar a la escala humana: la escala que los seres humanos pueden entender y manejar; la escala de la asociación fraternal local, de la parroquia, del club de barrio…” (Schamra 2004). Esta orientación sería luego una constante en la política estadounidense, haciendo así posible la formulación de políticas públicas dirigidas a reforzar la sociedad civil y sus comunidades. Este fue el marco propicio para que los líderes locales contasen con una amplia libertad en el uso de los recursos públicos para apoyar las iniciativas que surgían desde abajo, desde los barrios, las iglesias, las asociaciones civiles.

Pero ese marco de acción, esa voluntad política de reavivar el espíritu asociativo de Estados Unidos, no hubiese dado fruto si no hubiesen existido aquellos miles y miles de activistas locales, a menudo nucleados en torno al pastor o la iglesia del barrio, dispuestos a tomar las cosas en sus propias manos. Ellos fueron los decisivos, y en torno a ellos y a sus Corporaciones de Desarrollo Comunitario (Community Development Corporations, CDCs) se forjaron las alianzas con el Estado y el mercado que crearían el núcleo del renacer de las ciudades norteamericanas. Políticas públicas pro autonomía local y sociedad civil,18 una tributación que premia la reforma y construcción de viviendas así como la inversión privada en general en áreas de alto riesgo,19 fundaciones privadas dispuestas a canalizar recursos hacia los barrios vulnerables como la Local Initiatives Support Corporation y la Enterprise Community Partners,20 todo ello y mucho más ha potenciado el impulso desde abajo, desde las miles de comunidades de base que han sido las protagonistas de la recuperación de la ciudad norteamericana. P. Grogan y T. Proscio (2000:243) sintetizan así las fuerzas que confluyeron para que ello fuese posible: “comunidades de barrio, capital privado, orden público y un sistema de servicios desregulado o descentralizado”. 

Stephen Goldsmith, legendario alcalde de Indianápolis durante los años 90, sintetizó todo el espíritu de esta gran renovación urbana en las siguientes palabras de su discurso inaugural como alcalde de 1992:

 “El alma de nuestra ciudad son sus barrios, y el gobierno debe ser rehecho en torno a ellos. Debemos descentralizar la gran administración. Debemos ayudar a los ciudadanos a reganar el control de sus barrios, reconquistar su administración, reasumir sus propias responsabilidades. Debemos encontrar un camino para empoderar a las gentes y las organizaciones civiles de esta ciudad.”21 


Palabras finales sobre el liberalismo asociativo 

El pensamiento liberal alberga un gran potencial político. Pero para realizar ese potencial se requiere unir su inquebrantable defensa de la libertad individual con una defensa igualmente inquebrantable de las formas de asociación civil en que se expresa esa libertad. Aunque parezca una contradicción quisiera afirmar que, para ser consecuente consigo mismo, el individualismo liberal no puede ser individualista, sino social, volcado hacia la construcción de sociedad civil, de lazos de fraternidad y solidaridad con quienes forman los “pequeños pelotones” a los que pertenecemos naturalmente o por designio de nuestra voluntad libre. Sin el soporte de nuestros cercanos, sin la responsabilización mutua por nuestro bienestar, no hay libertad que valga. La libertad no puede ser soledad sino al precio de hacernos súbditos de otros, del Gran Estado o del Gran Líder, o de una ilusión de alguna ficción ideológica que terminará exigiendo que le rindamos nuestra libertad real. 

El ser humano se mueve propulsado por dos fuerzas que parecen repelerse la una a la otra: la necesidad de ser libres y la necesidad de pertenecer a una comunidad. La búsqueda de la libertad ha sido siempre el lado fuerte del liberalismo, pero a menudo se nos ha quedado en el tintero la respuesta a la búsqueda de la comunidad. Con ello le hemos hecho un flaco favor a nuestras ideas y le hemos dejado el terreno abonado a los socialistas de todo pelaje para que hagan su oferta de seguridad, pertenencia y comunidad al precio de una subordinación creciente a sus designios. Pero eso no tiene por qué ser así. Si sabemos hermanar libertad y pertenencia, individuo y comunidad, podemos crear una propuesta de sociedad capaz de romper el desconcierto que hoy corroe gran parte de nuestra sociedad.

https://bibliotecademauriciorojas.files.wordpress.com/2012/03/por-un-liberalismo-asociativo-ensayo-20.pdf

1 El texto es accesible en Internet en: http://www.primerolagente.com.ar/img/hayek.pdf
2 Estas son las palabras de Burke: “To be attached to the subdivision, to love the little platoon we belong to in society, is the first principle (the germ as it were) of public affections. It is the first link in the series by which we proceed toward a love to our country and to mankind.” E. Burke, Reflections on the French Revolution. Harvard: The Harvard Classics, 1909, párrafo 75.
3 “Mediating structures” fue la expresión que Peter Berger y Richard Neuhaus le dieron a los “pequeños pelotones” de Burke en un texto de 1977 que hizo época: To empower people: the role of mediating structures in public policy. 
4 “Los norteamericanos de todas las edades, de todas las condiciones y del más variado ingenio, se unen constantemente y no solo tienen asociaciones comerciales e industriales en que todos toman parte, sino otras mil diferentes: religiosas, morales, graves, fútiles, muy generales y muy particulares […] Así, el país más democrático de la Tierra, es aquel en que los hombres han perfeccionado más el arte de perseguir en común el objeto de sus deseos, y han aplicado al mayor número de objetos esta nueva ciencia.” Tocqueville, La Democracia en América. México: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 473.
5 H. Arendt, The Origins of Totalitarianism. New York: Harcourt, Brace and Company, 1951, pp. 316-317. 
6 Según Arendt, la atomización de los individuos puede, como en Alemania, anteceder al surgimiento del totalitarismo o, como en la Rusia soviética, ser creada por el propio régimen como una manera de dominar plenamente la sociedad (Ibíd., p. 312). 
7 Este programa, que también incluía medidas de “higiene racial” como la esterilización masiva de madres “inapropiadas”, fue publicado en forma de libro en 1934 bajo el título de “Crisis en el tema de la población”. G. Myrdal y A. Myrdal, Kris i befolkningsfrågan. Stockholm: Bonniers Förlag, 1934.
8 Una lectura clave en este contexto es el libro de 1953 de Robert Nisbet titulado The Quest for Community y reeditado en 1990. R. Nisbet, The Quest for Community. San Francisco: ICS Press, 1990.
9 D. Cameron, Big Society Speech. London: The official site of the British Prime Minister’s office. http://www.number10.gov.uk/news/big-society-speech/. 
10 Ibíd. Whitehall, la avenida que va de la Plaza del Parlamento a la de Trafalgar, es una metáfora común en Gran Bretaña del más alto poder político y la administración del gobierno central.
11 Véase la propuesta en: http://www.cabinetoffice.gov.uk/sites/default/files/resources/bigsociety-bank-outline-proposal.pdf 
12 La página de ResPublica es: http://respublica.org.uk/
13 ”Red Tory vs Blue Labour” fue el título, después muy repetido, de un seminario organizado en abril de 2009 por el think tank Demos en torno al desafío representado por los planteamientos de Blond. 
14 P. Blond, Red Tory: How the Left and Right Have Broken Britain and How We Can Fix It. London: Faber and Faber, 2010. Por!un!liberalismo!asociativo Biblioteca!Virtual Mauricio!Rojas
15 Para un análisis más detallado de estas reformas puede consultarse mi libro Reinventar el Estado del bienestar – La experiencia de Suecia. Madrid: Gota a Gota/FAES, 2010.
16 La obra esencial al respecto es Fixing Broken Windows de George Kelling y Catherine Coles. New York: Touchstone Books 1996. Por!un!liberalismo!asociativo Biblioteca!Virtual Mauricio!Rojas
17 Un amplio recuento se encuentra en P. Grogan y T. Proscio Grogan, Comeback Cities: A Blueprint for Urban Neighborhood Revival. Boulder: Westview Press, 2000.
18 Hay una gran cantidad de estos instrumentos, siendo los así llamados Block grants uno de los más importantes ya que entrega recursos fiscales sin coartar la autonomía y la innovación locales. 
19 Se trata, en lo fundamental, del Housing Tax Credit y del New Markets Tax Credit. 
20 Para estudiar su amplio accionar que ha canalizado miles de millones de dólares hacia las iniciativas locales véase http://www.lisc.org/ y http://www.enterprisecommunity.org/ 
21 S. Goldsmith, Stephen, Putting Faith in Neighborhoods: Making Cities Work through Grassroots Citizenship. Noblesville: Hudson Institute, 2002, pág. 143.